Por: Rebeca Mejía López
The Handmaid’s Tale,
recientemente galardonada por los premios Emmy como Mejor Serie Dramática y
acreedora de ocho premios más, incluyendo Mejor Actriz ha desbancado al
fenómeno de HBO Game of Thrones,
serie que no estuvo en la contienda debido a su estreno posterior al tiempo estipulado
por la Academia de Artes y Ciencias de la Televisión para poder competir.
Sin
embargo, es imposible ignorar el reconocimiento que ha tenido la serie, cuyo
argumento original se basa en la novela del mismo nombre The Handmaid’s Tale (El
cuento de la criada) de Margaret Atwood, escritora canadiense, la cual fue
publicada en 1985. Obra que ha sido calificada como ciencia ficción distópica y
feminista. En una sociedad que solía ser Estados Unidos, en un contexto de
desastre medioambiental que ha venido a mermar la natalidad en todo el mundo,
ocurre un golpe de Estado, por parte de lo que pareciera ser la empresa privada
y la iglesia, quienes argumentando un retorno a los valores iniciales
implementan una sociedad patriarcal, en el que las mujeres son divididas según
su capacidad de concebir.
Al
inicio de la serie, es imposible definir en qué tiempo nos encontramos, pero
gracias a la narración retrospectiva de la protagonista Defred, conocemos que se trata de nuestra sociedad actual, aquella
con smartphones, redes sociales y aplicaciones como Tinder. Así es, a pesar del
avance tecnológico fue imposible contener la llegada de un nuevo totalitarismo,
que presenta distintas condiciones a cualquier antecedente en el siglo XX, pero
que mantiene las características en cuanto a la deshumanización y la
resistencia pasiva tanto individual como colectiva.
Todorov,
en su obra Frente al límite, nos
menciona los vicios y virtudes cotidianas que se presentaron en los
totalitarismos del siglo XX, con especial interés en el holocausto. El héroe se
ha transformado desde los tiempos de Aquiles y Héctor, pasando por Sócrates y
el ideal caballeresco hasta nuestros días en el hombre común, cuyo heroísmo
radica en pequeñas acciones cotidianas.
Las
virtudes heroicas cotidianas se presentaron en los campos de concentración, en
aquellas acciones chiquitas, que hacían una gran diferencia, como ejercer la
dignidad a través del rechazo a la obediencia o la limpieza corporal a pesar de
las condiciones. El cuidado hacia otras personas corresponde a la segunda
virtud, actividad especialmente alta en los campos de concentración de mujeres.
Por último, nos menciona la actividad del espíritu, aquellos que nutrieron sus
inquietudes intelectuales o artísticas a través de las condiciones como Primo
Levi o Viktor Frankl.
En
contraparte, los vicios cotidianos también se hicieron presentes; la
fragmentación es el primero. Todorov, habla de cómo la ‘separación’ del ámbito
público y privado era la justificación para muchos de cometer actos horribles
en los campos, pero llegar a casa a dar un beso de buenas noches a los hijos.
El ‘sólo hacía mi trabajo’ aflora como excusa.
Por
otra parte, se encuentra la despersonalización. La deshumanización de las
víctimas a través de la desnudez, el vivir junto al excremento u orina propios,
un régimen de subnutrición, el privar de los nombres y, por tanto, de
identidad, así como el implemento de la máquina como sustituto del verdugo y el
adoctrinamiento ideológico por mencionar algunos.
Por
último, el peor de los vicios según Todorov, y el que azota nuestros tiempos:
el poder por el poder. El ideal por encima de lo humano; el perseguir la
realización de objetivos abstractos como el comunismo o la pureza racial sin
importar utilizar al humano como medio.
The Handmaid’s Tale,
presenta los vicios y virtudes en un totalitarismo que se presenta en pleno siglo
XXI, con avances tecnológicos y una crisis medioambiental sin precedentes. Con The Handmaid’s Tale, no se debería
versar en el ‘si eso llegara a pasar’… creo que la apreciación que nos lleva
hacia una reflexión más profunda sería: ‘eso ya ha ocurrido, ¿qué tanto podría
volver a ocurrir? ¿qué tanto ocurre hoy en día?
Comentarios: Twitter: @RbkMej
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