Por: Rebeca Mejía López
Lenin
consideraba el cine como: ‘el arte más importante para nosotros’. La confianza
para la empresa cinematográfica fue puesta en jóvenes que nunca habían abordado
el arte del cine. Se fundó una escuela para la enseñanza del arte
cinematográfica, siendo esta la primera en su tipo a nivel mundial.
A
partir de 1928, los planes quinquenales emprendieron la edificación del
socialismo. De 1925 a 1940, se pasó de 2000, a 30,000 salas de cine, incluso en
las regiones más apartadas. Y, aunque muchas de éstas fueron destruidas durante
la Segunda Guerra Mundial, para 1945 existió un resurgimiento con 40,000 salas.
El
cine fue utilizado en la URSS en escuelas, universidades, centros de
aprendizaje y en el perfeccionamiento profesional. Existía una gran variedad de
cine soviético, pensado en todos los públicos, así, había películas y cines
para niños, en casas y palacios de los pioneros, exhibiciones en cines
públicos, cines de clubes en fábricas y cooperativas, así como cines ambulantes
en autos, carros de caballo, renos o camellos aún en las regiones más remotas.
En
cuanto a su producción destaca que, desde 1925, el cine soviético se impulsó
mundialmente, como un huracán, gracias a obras maestras como El acorazado de Potemkin, de Eisenstein
o La Madre de Pudovkin.
Sergei
Milailovich Eisenstein, quien estuvo en su llegada a México influido por el
grabador Posada y por los muralistas Rivera, Orozco y Siqueiros, creó en
nuestro país una escuela sin proponérselo. “La escuela de la fotogenia del
paisaje autóctono y la del hieratismo del rostro indígena. Ídolos
prehispánicos, pirámides geométricamente admirables, inmovilidad cactácea del
aborigen, magueyes, nopales, chozas de adobe, áridos horizontes melancólicos y
nubes, muchas nubes”. La máxima
representación de la influencia que recibió a su llegada a México, combinada
con la estética ya desarrollada por Eisenstein, se encuentra sintetizada en el
documental ¡Qué viva México!, obra
inacabada pero trascendental, el cual sienta las bases no sólo temáticas del
cine que se producirá en México posteriormente, sino de su representación
fílmica.
La
presencia de la estética de ‘eisensteiniana’, por decirlo en un término burdo,
se manifestó de inmediato en filmes mexicanos como: El compadre Mendoza de Fernando de Fuentes (1933), Janitizio de Carlos Navarro (1935) y Redes de Fred Zinnemann y Emilio Gómez
Muriel (1936).
Comentarios:
Twitter:
@RbkMej

Comentarios
Publicar un comentario